La revolución científica de los siglos XVI y XVII, protagonizada en gran medida
por Galileo, supuso una profunda transformación intelectual. Precisamente al
trastocar los hábitos de pensamiento de su época y al crear en su lugar nuevos
hábitos de razonamiento que alejasen a los hombres de la fe ciega en la
autoridad y en la tradición, para que pensasen por sí mismos, apoyándose en la
experiencia y en las demostraciones necesarias, tuvo que enfrentarse a
obstáculos de todo tipo
El inicial conflicto con los filósofos
escolásticos derivó hacia un conflicto con los teólogos. El primero en comprenderlo y en
exponerlo fue el propio Galileo, cuando en carta a Cristiana de Lorena afirmaba
que estaban equivocados y cometían un gravísimo error aquellos filósofos que
buscaban el apoyo de la autoridad bíblica en apoyo de sus tesis. Y se
equivocaban doblemente:
su proceder no era científico al no
apoyarse en argumentaciones ni demostraciones estrictamente astronómicas y abusaban de la autoridad de las Sagradas
Escrituras al pretender que, en las discusiones científicas, podía argumentarse
a partir del texto bíblico.
Lo que realmente separaba a Galileo de sus
adversarios peripatéticos no eran tanto los descubrimientos particulares y
concretos, sino una nueva actitud ante la naturaleza, que se manifestaba en su
concepción del método y de la demostración científica. La ciencia, para
Galileo, no puede hacer sino avanzar y lo verdaderamente importante es el
progreso de la misma y no el mantener la doctrina de algunos filósofos, lo que
exige olvidarse de ese «falso respeto» que pone a los filósofos por encima de
lo que dicen y fuera del alcance de la crítica. Aferrarse a toda costa a
cualquier precepto de Aristóteles como si el apartarse de alguno constituyese
un sacrilegio, además de ser una actitud impropia de un investigador
científico, no hace más que degradar la imagen de Aristóteles, que no pudo ser
como sus discípulos le imaginan.
La batalla de fondo entre Galileo y los
teólogos no se desarrollaba en tomo a la verdad o falsedad del sistema
copernicano o ptolemaico, sino que versaba en torno a la fundamental cuestión
de determinar quién podía legítimamente decidir acerca de la verdad, en lo
referente a los asuntos de la naturaleza, si los científicos, a base de una
rigurosa lectura del libro de la naturaleza, o los teólogos, a base de la
interpretación de la Biblia.
Se trataba en definitiva de salvaguardar
la libertad científica, defendiendo la existencia de un terreno propio y
exclusivo, al margen de cualquier tipo de extrañas interferencias metafísicas o
teológicas, para la libre discusión científica. El problema se planteaba por la
existencia de determinados pasajes bíblicos que contradecían aparentemente las
principales proposiciones del sistema copernicano.
¿A quién había que hacer caso? Y puesto
que nadie ponía en duda la verdad del libro sagrado, ¿cómo debían de ser
interpretados esos textos bíblicos? Si se hacía literalmente, entonces la
condena del copernicanismo, en el caso de que éste se tomase como un sistema
verdadero del universo, parecía inevitable; en caso contrario el conflicto se
evitaba, pero parecía obligado proceder a una nueva interpretación de las
Escrituras y el problema era delicado, pues por entonces los problemas de
interpretación de la Biblia eran de suma importancia en el conflicto con los
protestantes.
La discusión tuvo lugar entre los años 1612-1616 y la postura de Galileo
fue muy clara y, sin duda alguna, atrevida para la época. Consistió en
reivindicar para la ciencia el derecho a decidir en cuestiones físico -
naturales, y en considerar como privado de todo fundamento el derecho que se
atribuían los teólogos a poder determinar, negativamente al menos, la verdad
desde la Biblia. La ciencia era para él un saber autónomo que no podía depender
de los dictados de la teología. Lo mejor para todos era no mezclar en asuntos
científicos al texto bíblico.
Descartes estudió la filosofía escolástica, sobre todo los textos de Aristóteles, en el famoso colegio jesuíta de La Flechè, entre 1606 y 1614, cuando estaban en plena discusión las teorías de Galileo y sus descubrimientos astronómicos y científicos.
Se licenció en Derecho pero sus intereses eran las ciencias y, particularmente, encontrar un método válido para todas ellas.