El sueño de educar

"Educar es lo mismo que poner un motor a una barca,hay que medir, pensar, equilibrar y poner todo en marcha...Soñar que ese navío, llevará nuestra carga de palabras hacia puertos distantes, hasta islas lejanas..."Gabriel Celaya

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Introducción a Platón. Carta VII



Platón, junto con Aristóteles, significa la madurez y plenitud de la filosofía griega. Son sin duda los autores más influyentes hasta el siglo XVII-XVIII.
Por primera vez nos encontramos ante un sistema completo de pensamiento en el que se plantean todas las cuestiones que han interesado a lo largo de la historia de la filosofía.
Su filosofía tiene como trasfondo la reacción y el enfrentamiento al convencionalismo y el relativismo de los sofistas.
Datos biográficos.
Nace en Atenas en el año 427 a. C. en el seno de una familia aristocrática -algunos de sus miembros participan en el gobierno de los Treinta tiranos, en concreto sus tíos Cármides y Crítias-. (Su verdadero nombre era Aristocles, pero le llamaron así por lo ancho (Platys) de sus hombros o de su frente.)

Su formación es la de un privilegiado: conoce a Sócrates en el año 407 a. C., a sus 20 años, y se hace discípulo incondicional suyo hasta su muerte en el año 399 a. C. Además aprende todo tipo de materias: matemáticas, geometría, arte, dialéctica, etc.
Muerto Sócrates hace un viaje al sur de Italia donde entra en contacto con las doctrinas pitagóricas y órficas.
Viaja dos veces a Siracusa -ciudad de Sicilia- para intentar poner en práctica sus ideas políticas sin éxito -con Dionisio I y Dionisio II)
En el año 388 a. C. regresa a Atenas y funda la Academia, su propia escuela, donde se da vital importancia a la enseñanza de las matemáticas, la geometría y la filosofía. La intención de Platón al fundar esta escuela es la de formar a los políticos y gobernantes.
Muere en el año 347 a. C. con más de 80 años.

Platón no vive apenas la época de esplendor que fue la Atenas de Pericles (479-431 a. C.)
Pericles había introducido reformas legislativas para reducir el poder de los aristócratas en beneficio de la Asamblea, en la que pueden intervenir todos los ciudadanos, lo que generará el descontento de la aristocracia.
Platón crece en el contexto de las guerras del Peloponeso (hasta que tiene 23 años) que acabarán con la hegemonía de Atenas y que desestabilizarán su democracia de manera prácticamente irreversible. Es el tiempo de la segunda sofística, del gobierno de los Treinta Tiranos, del restablecimiento de una democracia vigilada, de duros enfrentamientos políticos con las venganzas de unos y otros,...

Las Guerras del Peloponeso (431-404 a.C.) había sido el resultado de la lucha entre dos alianzas , la Liga de Delos y la Liga del Peloponeso, cada una lideradas por las dos grandes ciudades-estado que representaban, a su vez, dos modelos políticos enfrentados.

Por un lado la Atenas de Pericles que había liberado numerosas ciudades griegas del dominio de los Persas y a las que había reunido entorno a sí imponiéndoles su sistema político: la democracia. Por otro lado la ciudad de Esparta modelo de un estado aristocrático y militarista, que veía con preocupación las ideas democratizadoras que difundía Atenas. A ella se le unieron otras ciudades dominadas también por sistemas aristocráticos, así como otras que veían con desconfianza los impulsos cada vez más imperialistas de Atenas.

En el 404 a. C. Atenas cae derrotada perdiendo su poder y Esparta le impone un gobierno aparentemente democrático: Los Treinta Tiranos. Es un grupo reducido de aristócratas, elegidos bajo la supervisión los espartanos, que llevan a cabo una política autoritaria y reaccionaria. Tal es así que no duran en el poder más que un año, una revuelta popular restablece la constitución democrática.

Platón encuentra en Atenas, después de las Guerras del Peloponeso, dos defectos fundamentales:
- La incompetencia e ignorancia de los políticos. No hay profesionales de la política y la mayor parte de los cargos se eligen por sorteo. En vez de ser así, se habría de escoger al más capacitado, al más idóneo.
- La lucha entre los partidos. Permiten que los intereses de grupo prevalezcan sobre las necesidades del Estado.
F Su objetivo es llevar a cabo una Reforma política: fundamentar la polis y sus instituciones en un orden de principios de carácter universal, que primero hay que descubrir y después enseñar


CARTA VII
«Siendo yo joven, pasé por la misma experiencia que otros muchos; pensé dedicarme a la política tan pronto como llegara a ser dueño de mis actos; y he aquí las vicisitudes de los asuntos públicos de mi patria a que hube de asistir. Siendo objeto de general censura el régimen político a la sazón imperante, se produjo una revolución; al frente de este movimiento revolucionario se instauraron como caudillos cincuenta y un hombres: diez en el Pireo y once en la capital, al cargo de los cuales estaba la administración pública en lo referente al ágora y a los asuntos municipales, mientras que treinta se instauraron con plenos poderes al frente del gobierno en general. Se daba la circunstancia de que algunos de estos eran allegados y conocidos míos, y en consecuencia requirieron al punto mi colaboración, por entender que se trataba de actividades que me interesaban. La reacción mía no es de extrañar, dada mi juventud; yo pensé que ellos iban a gobernar la ciudad sacándola de un régimen de vida injusto y llevándola a un orden mejor, de suerte que les dediqué mi más apasionada atención, a ver lo que conseguían. Y vi que en poco tiempo hicieron parecer bueno como una edad de oro el anterior régimen. Entre otras tropelías que cometieron, estuvo la de enviar a mi amigo, el anciano Sócrates, de quien yo no tendría reparo en afirmar que fue el más justo de los hombres de su tiempo, a que, en unión de otras personas, prendiera a un ciudadano para conducirle por la fuerza a ser ejecutado; orden dada con el fin de que Sócrates quedara, de grado o por fuerza, complicado en sus crímenes; por cierto que él no obedeció, y se arriesgó a sufrir toda clase de castigos antes que hacerse cómplice de sus iniquidades. Viendo, digo, todas estas cosas y otras semejantes de la mayor gravedad, lleno de indignación me inhibí de las torpezas de aquel período. No mucho tiempo después cayó la tiranía de los Treinta y todo el sistema político imperante. De nuevo, aunque ya menos impetuosamente, me arrastró el deseo de ocuparme de los asuntos públicos de la ciudad. Ocurrían desde luego también bajo aquel gobierno, por tratarse de un período turbulento, muchas cosas que podrían ser objeto de desaprobación; y nada tiene de extraño que, en medio de una revolución, ciertas gentes tomaran venganzas excesivas de algunos adversarios. No obstante, los entonces repatriados observaron una considerable moderación. Pero dio también la casualidad de que algunos de los que estaban en el poder llevaron a los tribunales a mi amigo Sócrates, a quien acabo de referirme, bajo la acusación más inicua y que menos le cuadraba: en efecto, unos acusaron de impiedad y otros condenaron y ejecutaron al hombre que un día no consintió en ser cómplice del ilícito arresto de un partidario de los entonces proscritos, en ocasión en que ellos padecían las adversidades del destierro. Al observar yo cosas como éstas y a los hombres que ejercían los poderes públicos, así como las leyes y las costumbres, cuanto con mayor atención lo examinaba, al mismo tiempo que mi edad iba adqui riendo madurez, tanto más difícil consideraba administrar los asuntos públicos con rectitud; no me parecía, en efecto, que fuera posible hacerlo sin contar con amigos y colaboradores dignos de confianza; encontrar quiénes lo fueran no era fácil, pues ya la ciudad no se regía por las costumbres y prácticas de nuestros antepasados, y adquirir otros nuevos con alguna facilidad era imposible; por otra parte, tanto la letra como el espíritu de las leyes se iba corrompiendo y el número de ellas crecía con extraordinaria rapidez. De esta suerte yo, que al principio estaba lleno de entusiasmo por dedicarme a la política, al volver mi atención a la vida pública y verla arrastrada en todas direcciones por toda clase de corrientes, terminé por verme atacado de vértigo, y si bien no prescindí de reflexionar sobre la manera de poder introducir una mejora en ella, y en consecuencia en la totalidad del sistema político, sí dejé, sin embargo, de esperar sucesivas oportunidades de intervenir activamente; y terminé por adquirir el convencimiento con respecto a todos los Estados actuales de que están, sin excepción, mal gobernados; en efecto, lo referente a su legislación no tiene remedio sin una extraordinaria reforma, acompañada además de suerte para implantarla. Y me vi obligado a reconocer, en alabanza de la verdadera filosofía, que de ella depende el obtener una visión perfecta y total de lo que es justo, tanto en el terreno político como en el privado, y que no cesará en sus males el género humano hasta que los que son recta y verdaderamente filósofos ocupen los cargos públicos, o bien los que ejercen el poder en los Estados lleguen, por especial favor divino, a ser filósofos en el auténtico sentido de la palabra. »